CASI DIEZ

En el año 2008 una persona, con gran inteligencia y visión, me comentó que la crisis no sería breve, que duraría al menos diez años y que nosotros habríamos de adaptarnos a la nueva situación. “Ya veremos después de diez años”, dijo.

No era fácil en aquel momento predecir que los años de bonanza habían pasado definitivamente y que la tormenta económica venía para quedarse. Otros pensaron que escamparía pronto. Algunos creyeron incluso que, con la bajada de precios, era un buen momento para invertir, confiando en una remontada en la segunda parte. No fue así. No hubo remontada, ni la tormenta ha escampado todavía. El año que viene la crisis, que empezó a finales del año 2007, cumplirá ya diez años. Va camino ya de ser adolescente y no se ve, pese a los augurios con los que algunos pretenden crear un clima de confianza, la luz al final del túnel.

Hacer predicciones es arriesgado, pero la adolescencia es siempre un tiempo complicado. Los próximos años serán decisivos y si hay un concepto al que tendremos que sujetarnos con fuerza, como a un paraguas bajo el que refugiarnos bajo el viento y la lluvia, éste es, sin duda, el que define la palabra proximidad.

Los británicos, los americanos, seguros de sí mismos, libres, ya han escogido. Otros países de nuestro entorno nunca han dejado de confiar en ellos. En Alemania, en Suiza, en Francia, allí donde están emigrando nuestros hijos para poder trabajar, consumen preferentemente productos de su entorno más próximo, eligen comprar en sus propios mercados. Les afecta también la crisis económica, pero bastante menos. Nosotros, siempre tan desvalidos, con tan poca fe en nuestras propias capacidades, tendremos también que saber elegir. La globalización, si no la corregimos, nos llevará aún más al precipicio. Comprar en Amazón, en Ikea, en Rakuten, en Media Markt, en Dell o comer, por ejemplo, en Mc Donalds o en Burguer King, etc. puede parecer moderno, acorde con los nuevos tiempos, pero estas grandes multinacionales juegan en otra liga y, no nos engañemos, nosotros nunca podremos vender por internet como ellos lo hacen. El denominado comercio electrónico es un invento sólo para ellos. La combinación de producir en Asia, con salarios de miseria, sin una regulación estricta de las condiciones laborales y de seguridad como exige nuestra legislación, unido a una publicidad tremendamente invasiva -móvil, televisión, noticias patrocinadas, etc.- y una fiscalidad ínfima, gracias a los convenios internacionales de doble imposición -que tan generosamente hemos firmado- les garantiza un éxito de ventas y grandes beneficios, mientras nosotros, nuestras empresas, se quedan sin mercado y van directas al abismo.

Nuestros clientes, los de la asesoría, pero también los suyos -los clientes de nuestros clientes-, son el pequeño comercio, el taller de la esquina, la tienda de electrodomésticos, la panadería de siempre, la pequeña distribución. Son, en su mayoría, negocios de carácter local, y la sequía de ventas que empezó hace casi diez años ha exprimido sus ingresos hasta convertirlos hoy en una economía de subsistencia. Mantenerse es ya un éxito. Si no les defendemos cada día, con nuestras compras, eligiéndoles a ellos, en lugar de buscar y confiar en productores desconocidos, sin ni siquiera ver físicamente lo que compramos, nunca saldremos de la crisis. Pónganle el nombre que quieran, proteccionismo, chauvinismo, pero también, solidaridad bien entendida, confianza en nosotros mismos y en nuestra sociedad.

Además, no van en este empeño sólo razones económicas. También desde el punto de vista medioambiental la mejor compra, la más ecológica, es aquella que se realiza en nuestro entorno geográfico.

Nuestro futuro pasa por una palabra: proximidad.
Miquel Ivars.
Noviembre de 2016.